19 de noviembre
Supe del censo por los anunicios en la calle, y un día en que teniendo que recorrer de punta a punta el tramo de la línea D, leí el diario del subte. En ese momento me enteré de que los maestros no lo iban a realizar y que se llamaba a estudiantes y trabajadores estatales. Era martes. El miércoles a la tarde alguien me preguntó si me había anotado en el censo, yo dije que no, pero que me interesaría hacerlo, y acto seguido comencé a lamentarme interiormente pensando que ya era demasiado tarde y había perdido la oportunidad, pudiéndome haber anotado el día anterior, cuando leí el diario. El jueves a la mañana llamé al INDEC y me enteré de que todavía tenía tiempo. No lo podía creer. Estaba convencida de mi mala suerte, pero no me acordé en ese momento de que estoy convencida de que cuando creo que tendré mala suerte ocurre lo contrario y viceversa, ya que estoy convencida de que el destino está decidido a sorprenderme haciendo que mis suposiciones sobre mi fortuna personal siempre resulten equivocadas.
Me dijeron que podía anotarme en las facultades de ingeniería, ciencias sociales, económicas o arquitectura. Decidí probar en sociales, que estaba cerca de económicas. Salí corriendo de mi casa, el tiempo estaba feo. En la Facultad de Ciencias Sociales encontré profesoras dando los cursos del censo, y ellas me dijeron que allí no me podía anotar y que tampoco sabían nada. Un señor me dio un teléfono, que era el 0800 censo. No me acordé de que a pocas cuadras podía probar en la Facultad de Económicas. Me fui a hacer otro mandado, tenía que ir a buscar un mazo de cartas Pokémon que me había regalado un señor.
A la tarde me encontré con un amigo y le conté todo esto. Se ofreció a acompañarme a Económicas. Nos bajamos una cuadra antes porque él confundió el edificio de Aguas Argentinas con la facultad, pero igual llegamos enseguida porque era en la otra cuadra. Al entrar vimos de lejos una mesa para anotarse en el censo, y cuando nos acercamos, caminando por un piso peligrosamente resbaloso (yo corría) la chica, que estaba con una pc portátil, le habló a un chico que estaba al lado de la mesa, dijo riéndose "los anotamos igual", por lo que yo entendí que se estaban por ir. Sí, por favor, anotame igual, rogué, a pesar de que ella acababa de decir exactamente eso. Me pidió el número de mi libreta y yo se lo dije pero sin dársela, para que no se diera cuenta de que en ella no estaba registrada como aprobada ninguna materia, ya que abandoné el cbc en agosto. Me preguntó en qué barrio vivía, por lo que tuve la esperanza de que me tocara censar cerca de mi casa, que es en Nuñez. Después pregunté acerca del dinero, si nos iban a pagar cuarenta pesos por día, y ella se rió y dijo que eran cuarenta en total, con lo que yo me decepcioné un poco porque pensaba que eran ochenta pesos, pero a la vez, el hecho de que fueran sólo cuarenta me alivió de otro futuro desencanto, ya que en ese momento pensaba que nunca nos iban a pagar. La chica dijo que sí nos iban a pagar, en quince días. También me dio la dirección adonde tenía que hacer el curso, era en Presidente J. A. Roca al 651 a las nueve de la mañana.
De ahí me fui con mi amigo a lo de una amiga, donde me bañé y cambié, y de ahí nos fuimos a Belleza y Felicidad, donde había una subasta de arte, con precios que comenzaban con veinte centavos. Me compré una mesa de Eubel, es de cartón (la mesa) y tiene un dibujo de Lola Goldstein en la base superior, una carita ovalada de color crema, sonriente.
Al día siguiente salí de mi casa a las ocho de la mañana.Tomé el subte de la línea D, me bajé en Catedral, tenía que caminar unas cuadras, había sol y hacía mucho que no me levantaba temprano, me gustó el aire fesco. Lo que me preocupaba era la manera cómo me miraba la gente, hasta que recordé que la noche anterior me había puesto gel en el pelo y que me lo había parado todo. Entonces pensé que ojalá no se fijaran en la imagen, porque si no, no me tomarían. Todo el tiempo estuve convencida de que finalmente no realizaría el censo, de que, por ejemplo, llegaría y me dirían que había que ser mayor de edad, o algo así.
Llegué al lugar del curso a las nueve menos veinticinco. Era en el noveno piso y estaba casi vacío, salvo por un tipo que leía en un sillón contra la pared. Prendí un cigarrillo y me puse a esperar. Al rato llegaron unos estudiantes y les pregunté si tenían birome de más, porque vi que traían carpetas y me di cuenta de que yo no tenía más que una birome naranja fluorescente que no servía para escribir. Así que empecé a darles charla, lo cual no me costó mucho, porque todos teníamos intriga, y después vino un señora masestra, con rulos, pelo negro y un vestido rosa con bordadito en el cuello, que sumó sus conocimientos a los nuestros. En general, en ese momento me quedó claro que era posible que nos tocara una villa o una casa tomada, que tendríamos que ponernos un guardapolvo blanco, que en cada casa íbamos a entrar solos y no acompañados, que el curso no duraría hasta la una sino hasta las once, y que no tenía nada que ver que me hubieran preguntado en qué barrio vivía porque me podía tocar cualquier lugar, incluso fuera de capital federal. Pero yo seguía excitadísima con la idea, y estuve a punto de decir, mirá si nos toca una casa tomada como la de Okupas, pero temí que se burlaran de mi frivolidad y me callé la boca.
Al final aparecieron dos mujeres que miraban para todos lados, buscando un lugar, y todos entendimos que eran las profesoras y las seguimos hasta un auditorio que parecía un teatro, y tenía unas butacas verdes muy cómodas. Yo me senté en la segunda fila para ver mejor. Una de las señoras era elegante, vestida de traje gris, pelo canoso plateado y con unos anteojos medio rojos que eran muy lindos, y boca fruncida, y la otra estaba vestida con jean y remera rayada, pelo negro cortado en melena y un poco gordita. Empezó a colgar unos carteles sobre una mesa larga que había en el escenario, y mientras tanto la otra nos dio unas planillas para que rellenáramos nuestros datos personales. Yo la llené y me puse a ver, y después vino un chico y se me sentó al lado. Tenía puesto un traje viejo, y zapatillas blancas, tenía olor a viejo, o a aceite quemado, no sé, era un olor picante mezclado con humedad, bastante molesto, y yo miraba para el otro lado, porque él estaba a mi derecha, y le elogié las uñas a una señora de al lado, era uñas medio rojas, pero ella decía que eran naranjas. Lo que pasó fue que los que llegaron tarde no sabían que habia que rellenar los datos en esa planilla, y empezaron pasarlas de un lado para el otro, y yo le dije al chico maloliente, ¿vos ya pusiste tus datos en la planilla? Y él dijo que sí. Que en la entrada. No, le digo, yo, tenés que buscar la planilla que anda dando vueltas por ahí. Pero yo ya la completé, dijo él. Bueno, andá a cagar, pensé yo. Y después se formó un despelote, la mitad había rellenado la planilla y la mitad no, y todos levantaban la mano.
La mujer morocha se impacientó un poco, pero suavemente, y por fin estuvimos listos para escucharla.
Yo había pedido birome a una chica de atrás mío, que me la dio y después me la quedé para siempre.
La cosa no era tan fácil como parecía, porque había un montón de detalles para cada cosa. Cada pregunta llevaba a otra, pero dependía de un sí o un no para que el recorrido de las preguntas cambiara. Hubo dudas, por ejemplo una señora preguntó ¿si nos dice prostituta qué ponemos? Y alguien respondió "ofrece servicios sexuales" y todos aprobamos esa respuesta, y otra ¿y si es tavesti?
A las diez nos dieron un recreo de quince minutos, yo fui a fumar y al baño, pero hubiera preferido que no tuviéramos recreo, para terminar antes.
Nos dijeron que nos iban a llamar a la tarde para decirnos la zona que nos tocaba, también que "por seguridad" lso carnets no habían sido entregados y que nadie sabía cómo eran.
Nos dieron teléfonos para que si no nos llamaban pudiéramos averiguar.
Nos dijeron que ensayáramos el censo en nuestra casa, que repasáramos el manual, etc.
De ahí me fui a lo de una amiga, tenía que llevarle unas cosas, la censé a ella y a su novio, y me la pasé hablando del tema. Después vino un amigo, también le conté todo lo del censo, pero no lo censé. El me cortó el pelo.
Ese día llegué a mi casa a las diez de la noche y no me habían llamado. Probé con todos los teléfonos y ninguno respondía.
Me sentí triste, finalmente, no iba a hacer el censo.
Dormí hasta las once de la mañana. A las doce me llamaron, un tipo me dijo que me tocaba ir a Mataderos, me dijo mi número de radio y fracción, y el nombre y teléfono de mi jefa de radio, y yo le dije, qué suerte que me llamaron, realmente quería hacerlo, y él secamente me respondió: sí claro, yo también quiero hacerlo, por eso estoy llamando, pero no sé si dijo exactamente eso, porque a mí me dio la impresión de que lo que me quiso decir fue, dejá de decirme pavadas que estoy ocupando el teléfono y tengo que hacer otras cosas.
Salí tan apurada que me olvidé el manual del censista, me guardé una mandarina. Después de estudiar exaustivamente el plano, no encontré ningún colectivo que me llevara de Nuñez a Mataderos, así que tomé la línea D, luego toda la A y me bajé en Primera Junta, donde tomé el 180 y me bajé a dos cuadras de la escuela que me tocaba, que era en Artigas al 5900, a una cuadra de J. B. Alberdi.
La escuela era grande, y muy hermosa, de ladrillos, me parecía de la época de Perón, pero quizás era más antigua. Allí me encontré con mi jefa de radio, que se llamaba Alicia, y que me derivó a otra, que me volvió a derivar a Alicia, que llamó para ver si alguien necesitaba ayuda, y al final llamó a Pilar, que estaba en el piso de arriba y bajó, y finalmente me fui con Pilar. Subí, y me dieron una bolsa común de color azul, pues ya no quedaban bolsas de censista, pedí un manual, tampoco quedaban así que una maestra me prestó uno con la condición de que lo devolviera porque se lo quería mostrar a sus alumnos, y me dieron un plano con la consigna de que buscara a una tal María Elena, que necesitaba ayuda. Me explicaron que en cada puerta, una vez censado el hogar tenía que poner una figurita del censo. Me alegré porque me sería más fácil encontrar a María.
Eran las dos y media cuando me encontré con ella, que estaba en unos departamentos en planta baja. Era rubia y tenía la voz ronca. Me dijo que hiciera tres departamentos y que luego empezara con la vereda del frente. Sólo hice uno, porque en los demás solamente había perros que ladraban, tendría que volver al otro día. Después de ayudar a María tenía que encontrarme con un tal Roberto.
Pero primero hice la cuadra de enfrente. Primero un pintor de paredes que estaba desocupado, y el resto, familias chicas y mucha gente grande. Me quedó claro que nadie entendía que en el país podía existir gente que no tuviera baño, o que en el baño no tuviera inodoro, o que en el inodoro no tuviera sistema de desagote, o que compartiera el baño con otras personas. La mayoría amable, aunque otros con desagrado, y una vieja no me quiso dejar pasar, así que tuve que apoyarme en la pared, y hogares llenos de hijos mayores de 25 que aún vivían con los padres y que siempre estaban saliendo de la ducha o tocando algún instrumento o escuchando música.
Todos me preguntaban si lo hacía por la plata, y yo decía que era estudiante de sociología, y que si no hubieran pagado lo hubiera hecho igual, y lo de sociología era mentira, pero lo de que lo hubiera hecho igual era verdad, pero más complicado de explicar, porque yo estaba entusiasmada porque me interesa la gente aunque a veces la deteste, pero me interesaba observarlos y o conocer casas extrañas que nunca más visitaría.
No les iba a decir eso.
A las siete terminé con una última casa, y me faltó visitar una donde vivía un viejita medio enferma a la que los hijos encerraban en la casa porque se escapaba.
Eran las siete y decidí no buscar al tal Roberto e irme a mi casa directamente, ya que me habían autorizado a no volver a la escuela. Todavía tenía que llamar a María para darle las cédulas que yo había completado, aunque sin numerarlas, y para ponernos de acuerdo en la numeración que debía ponerles.
Fui a lo de una amiga. Ella se iba con su novio a una fiesta de dizfraces, ambos se iban a poner de hindúes. Y yo iba a una fiesta a tirar las cartas. Nos maquillamos juntas, yo me puse gel en el pelo, que de tan corto me quedó un jopo en la base del cráneo, que parecía una cresta de gallo caída para el costado, y era muy divertido hasta que se me ocurrió que parecía el gorro de un militar, y más o menos. Me pinté una estrella de billantina en la frente y el borde de la estrella negro, y me puse una tela verde de terciopelo como pollera y quedé como debe ser para tirar las cartas de pokémon: tipo duende.
A las once llamé a María y me puse a numerar las cédulas, de manera que olvidé el lápiz, la goma y el sacapuntas en la casa de mi amiga y me fui a la fiesta con mi mochila y la bolsa del censo.
Cuando llegué, la fiesta aún no había empezado. Era la una y cuarto de la noche, en la entrada me encontré con los dos chicos que semanas antes me habían entrevistado como tiradora de cartas pokémon. La puerta de acceso a la sala principal estaba cerrada, se escuchaba una música del norte, con flautas y qué sé yo, a mí se me antojaba plateada, por lo moderna y rápida. No me entusiasmaba. Me quedé en ese hall pequeño, que en el lateral tenía unas escaleras de mármol, donde después me senté. Los dos chicos se fueron a pegar avisos a la calle, vinieron unas chicas y se fueron porque la fiesta no había empezado. Me quedé conversando con el tipo de la mesa que iba a cobrar, le dije lo de las cartas, le quise mostrar cómo eran y bajé de la escalera, me resbalé y me fui para adelante, pero por suerte me sostuvo un cartel de madera que estaba semiapoyado en la mesita donde estaba este tipo. Las cartas le gustaron, me contó que no sé donde, al norte, tomó una infusión de los indios que le hizo delirar y saber muchas cosas de sí mismo, y con un guía que lo ayudaba, y que una prima le había hecho la carta astral, y que había acertado. Al rato la banda paró de tocar pero la gente dijo bis y volvieron a tocar. Todos suspiramos. Había que hablar en voz baja. Vino una vieja y entró.
La gente se empezó a ir y yo me levanté de la escalera, resbalé y me caí de culo en el último escalón. Me dolió mucho.
Una vez adentro, tenían que quitar todas las mesas para poder bailar. Contemplé todo sentada en un sillón, se me caían los ojos. Al rtato fui al bar a la barra a tomar un café. La cosa mejoró. Un chico se me puso a hablar, era feo y medio idiota, no me acuerdo qué dijimos. En una pasillo pusieron para mí un sillón con una sábana roja, una mesita baja y otro sillón. Era enfrente del baño. En la pared de afuera puse el cartel que había preparado.
Todavía no había gente, pero me instalé ahí y me puse a leer Prisión Perpetua.
Pero nadie quería tirarse las cartas
Al rato aparecieron tres chicos, uno de ellos, morocho, que parecía drogado y que quiso tirárselas. Los otros dos miraban. Quedó conforme y se fueron los tres. Después apareció una chica de la radio para decirme que lo que le había dicho se había cumplido y se la veía feliz. Ocurrió algo muy extraño esa noche, y fue que ninguna chica se quiso tirar las cartas. Todas pasaban para el baño y me miraban con cara de horto. Pensé: porque soy bonita me tienen envidia y ven que sólo entran varones, lo cual es la pura verdad. Es verdad también que esa noche tenía una especial inclinación por los varones, al tercero le di un beso en la boca para despedirme, y creo que eso me atrajo bastante clientela. Después vino un tarado que me hizo un montón de preguntas, como por ejemplo si yo creía en Dios y si yo creía que eran los espíritus los que me decían lo de Pokémon. Además le tomé bronca porque me dijo que había estado haciendo el censo, que no era estudiante pero que había agarrado el trabajo porque la madre era empleada de no sé dónde, que le había tocado un edificio de cuarenta departamentos y que ya había terminado. Le dije que igual al día siguiente tenía que volver por si alguien necesitaba ayuda, ya que había muy pocos censistas, pero dijo que ni pensaba hacerlo porque él ya había terminado lo suyo. Me pareció idiota y estúpido, además tenía en la comisura izquierda del labio una cosita blanca que era asquerosa. Nadie lo querría besar porque eso parecía pus.
A las seis de la mañana me fui a mi casa. Llegué a las siete y me fui a dormir después de comer pastel de papa del día anterior, que me cayó horriblemente pesado y aceitoso. Me desperté a las nueve, me bañé y me fui, deseandeo no vomitar el pastel de papas por el camino. Un rato antes de irme, llamé a mi jefa de radio, Pilar, y le dije que el lápiz se me había partidos, mentira, me lo había olvidado. Me dijo que le quedaban, que no importaba.
Otra vez me llevé una mandarina por las dudas. Fuí hasta la General Paz y me topmé el 117 hasta J. B. Alberdi y Larrazábal, caminé una cuadra y estuve otra vez en la escuela de la República del Brasil, o algo así. Allí encontré a María, la censista a la que había ayudado el día anterior, y le entegué mis cédulas ya numeradas.la noche anterior. Me dijeron que Pilar estaba supervisando mi zona, sin decirme exactamente dónde encontrarla (había cierto placer en general en decir "zona" o "radio" sin especificar la calle). Por el camino me encontré uno morocho que me pareció que era Roberto,y me dijo que ya había terminado. Después llamé a Pilar al celular y me dijo en qué cuadra estaba. Nos encontramos y caminamos buscando no sé qué, le dije que había visto a Roberto y luego ella se fue. Quedé con la orden de ayudar a cualquiera, y que yo haría las casas que me faltaran y después la llamaría a la escuela para que me dijera qué tenía que hacer. Por el camino vi que faltaba una etiqueta en una casa y toqué. Allí estaba Roberto, que era morocho pero bien morocho, y no como el que yo me había cruzado. Ayudé a Roberto en la mitad de la cuadra. Me recibieron muy bien y pude fumar tranquilamente. Despuiés me volví a encontrar con él (siempre llegaba para interrumpirlo en vez de esperarlo afuera). Lo encontré en lo de una mujer que vivía sola con la hija, que tenía diez años y parecía de quince. Antes yo había estado en un kiosco, y querido comprar un chocolate de 25 centavos, y el kiosquero, a cuya familia acababa yo de censar, me había regalado cuatro cohoclatines. La mujer, muy inteligentemente (me habría visto la cara de sueño) me ofreció un café. Luego yo convidé el chocolatín que me quedaba a la chica de diez que parecía de quince. Me causó risa que antes de cada pregunta Roberto dijera "digamos", usted recibe pensión?, por ejemplo. La nena era muy educada, me ofreció un cenicero.
Roberto se ofreció a acompañarme a las tres casas, él hizo un departamento y yo otro. En el que me tocó a mí no pude entrar. Me atendió un chico y me dijo que su mujer estaba enferma (yo la escuchaba toser). El estaba desocupado hacía dos meses, antes trabajaba en un laboratorio. Allí vino un tipo de enfrente a darme una goma que me había olvidado en su casa. La casa de enfrente donde estaba la vieja encerrada vimos que estaba en venta y como no nos contestaba nadie nos fuimos a la escuela. Roberto no sabía ni dónde estaba, pero yo me acordaba de las calles. Volvimos pronto y me entretuve no sé con qué.
Después fui a fumar y me puse a observar algo que me llamó mucho la atención. Era una cartelera del correo romántico de los chicos de 4°. Las cartas eran increíblemente reveladoras acerca de la influencia de la televisión en los chicos y su deshinibición sexual.
Y allí ocurrió algo fatal. Roberto se puso a rellenar las planillas especiales para entregar el material y yo miré sus cédulas, no sé porqué. Entonces descubrí que en vez de letra manuscrita mayúscula, como debía escribir, había hecho gran parte de las a, m, n y e en cursiva minúsculas. Y esto en forma totalmente caprichosa, empezando en mayúscula y terminando en minúscula. Tuvimos que borrar y corregir todo. El era empleado municipal. Después también descubrimos que los puntitos que iban junto a las respuestas tenían que estar bien rellenos, de lo contrario el escáner no los podría leer. Los puntitos de Roberto también en varios casos tenían partecitas blancas. Me los puse a rellenar, y casi lo quise matar cuando descubrí que había dejado sin corregir un montón de letras m.
Entre tanto, yo quería entrar en la conversación de las viejas que estaban atrás mío, a pesar de que se reían de cosas idiotas, pero no me daban bolilla, no sólo no me escuchaban sino que tampoco me miraban. Además cuando me hablaban lo hacían como si yo fuera una nena, y totalemte inferior o idiota. A todo esto, yo estaba convencida de que mis planillas tenían muchos menor errores que las de ellas, una mujer habia anotado tres opciones a la vez donde sólo tenia que anotar una, por ejemplo. Pero no me hacían caso, me sentí realmente discriminada. No las odiaba, pero las despreciaba por que ellas no me apreciaban. Me trataban con condescendencia.
Por suerte al rato llegó una mujer pidiendo auxiliar (o sea, yo) para un viejo que andaba por el barrio y al que áun le faltaban diez casas. (Eran las tres de la tarde). Fui hacia allí, llevada en auto por una maestra de jardín de infantes. El tipo estaba en un cuarto piso, le gritamos, se asomó al balcón, le dejamos unas cédulas y nos fuimos. La mujer me acompañó hacia el principio de mi recorrido, que era el final del recorrido del viejo y se quedó conmigo hasta que la convencí de que era capaz de hacer sola el censo, diciéndole que no perdiera tiempo. Por suerte muchas casas estaban cerradas o eran negocios. Al fin censé a tres familias y en la esquina (donde estaba la familia más interesante) me encontré con el viejo. Eran una señora con su nenita, que tenía rulos y era muy bonita, pero nunca hablaba, tenía dos años y no le gusté. Me quedé sentada en un sillón marrón, y me di cuenta de que el viejo anotaba lo que se le antojaba, en vez de obra social ponía prepaga y sacaba sus propias conclusiones acerca de los electrodomésticos de la mujer y la supuesta no incapacidad de los miembros de la familia. Discutimos sobre la prepaga, ya que al tipo se la descontaban del sueldo, lo que para el censo era obra social, pero lo cursioso es que yo me preocupaba por todos los detalles, realmente me lo tomaba en serio, pero los demás no, y yo no lo podía entender. Aparentemente, el viejo era un charlatán que se quedaba a comer en cada casa que censaba. Sin embargo me dio pena, o algo así. Volvimos caminando, él tampoco tenía idea de para qué lado quedaba la escuela. Por el camino encontramos una esquina donde de los cables de la luz colgaban decenas de zapatillas, y empezamos a preguntarnos que significaría, él decía que la conmemoración de un partido ganado, y yo casi estuve de acuerdo pero después vi que no todos eran botines, y eran zapatillas muy rotas en su mayoría. En la otra esquina había una vieja en la puerta de la casa y le pregunté de zopetón el porqué de las zapatillas. La vieja dijo que el hecho habia salido en la radio y que se decía era una marca para indicar la venta de drogas, y que cuando una vez sacaron todas las zapatillas alguien las volvió a colocar al poco tiempo. El viejo quería quedarse conversando con la otra, pero yo me empecé a alejar y me siguió. Me contó que había estado en el censo anterior. Después pasamos a los temas comunes, me quejé de que me hubieran llamado tan tarde, él se quejó de otra cosa, hablamos del censo, que sería incompleto, etc. En un momento pasamos por una comisaría o algo así, y al lado había una ventana de la cocina de una casa, una mujer gritaba, y un hombre también, y me pareció que era el ensayo de una obra de teatro. La cocina estaba pintada de azul y los gritos borraban la voz del viejo, que seguía hablando incansablemente. Llegamos a la escuela a eso de las cuatro y media, y me puse a copiar las cartas de los nenes. Alli vi a Roberto el morocho. Yo sabia que el tenia que irse a las tres pero me alegró que estuviera, porque si se atrasaba era por haberse descuidado antes. Me puse a copiar esas cartas, que eran de lo más interesantes, y después decidí irme. Pedí una bolsa de censista, que era bastante linda, devolví el manual, el carnet, el lápiz, la goma y el sacapuntas no porque no sé dónde me lo había olvidado. Allí Pilar me dio un pase de subte de valor 3 pesos, o sea, cuatro viajes y veinte centavos, pero no sé si anda porque aún no lo usé.
Me puse la mochila y la bolsa del censista, me despedí, cuidando de no olvidarme nada, y me fui. Esperé el 117 un buen rato, me dormí por el camino y me despertó el inspector. Estaba cansada. En General Paz y Cabildo tomé un colectivo hasta García del Río y desde allí caminé hasta Zapiola, pero antes me compré un helado, si no, no llegaba. Era una tarde de sol, de calor, pero pronto refrescó. Llegué a mi casa, conversé un rato con un señor que estaba de visita y después me fui a dormir. Desde las siete de la tarde a las once de la noche. Me desperté, fui al baño y me volví a dormir hasta el otro día.
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