no hay ninguna historia del kimono, solamente tuve que elaborarla para poder mechar por aquí y por allá algunas de las vagas ideas que por sí solas serían incapaces de estar aquí...
por qué necesitamos darle forma a las cosas?
ellas por sí solas no pueden existir... deben entrar en un grupo o estructura. y no porque no quiera ponerlas, podría si quisiera anotarlas en un cuaderno pero la verdad es que no puedo. solo puedo, si las considero relevantes, hacerlas entrar en un grupo de cosas conectadas entre sí... como si la relevancia mínima de significado no pudiera contener una sola idea o imagen sino varias y entrelazadas...
como los diarios de viaje, los que de verdad hacemos en las primeras vacaciones de un noviazgo. nunca los releeremos y es probable que sean aburridos. están llenos de cosas que van pasando día a día y no tienen ninguna relevancia en su totalidad... no hay culminación de nada... son solo recuerdos o mejor dicho no llegan a ser recuerdos.
como al volver de colonia, dijo gaby quiero anotar en un cuaderno todas las cosas divertidas que hizo inés, dejá, le contesté, dejá que tu memoria filtre y queden solo las mejores...
esto es el colmo pero incluso la historia del kimono no puede existir por sí sola, ella solo cabe abajo de la anterior andanada de desvaríos que acaba de ocurrir...
lo cual me recuerda algo que me acabo de olvidar porque me saqué de entre los dientes un pedacito de naranja que me comí antes de la tostada con manteca y mermelada y el medio vaso de leche con banana.
La historia del kimono, y va llegando un nuevo traje
Ayer puse el pie en casa de mal humor. Eran las cuatro de la tarde. Mi plan de ver a mi ahijada habìa sido descalabrado por segunda vez. El paquete con el rompecabezas envuelto en papel de regalo estaba hecho trizas y tuve ganas de romperlo, pero si lo hacìa temí no tener la energía de envolverlo de nuevo, a pesar de que tengo un rollo de papel de regalo y un paquete de moños que compré hace cinco años y me costò seis pesos.
Me encontraba completamente fuera de mi rutina. Hacía frio pero no iba a dormir la siesta porque me levanté a las seis y media y no tenía cansancio. Pensé acostarme a leer en el sofá. Busqué mi poncho azul y una sábana, ya que la lana me pica.
Me acosté. Pero la temperatura no era suficiente. Fui a buscar una frazada más, una de color marrón de hechura similar a un trapo de piso. Me acosté y puse la frazada marrón. La sensaciòn de abrigo no llegò a concretarse porqeu inmediatamente un profundo desagrado me invadió. No era estéticamente coherente que el bello color azul del poncho de lana fuera cubierto por esta frazada marrón bastante parecida a un trapo de piso...Debìa levantarme por tercera vez, cortar la conexiòn de calor que mi cuerpo y las frazadas empezaban a tejer, y salir de ese nido para modificar la realidad. Y por más que tenía mucha fiaca, la necesidad de hacerlo era más fuerte.
Al cambiar de lugar el poncho y la frazada y quizàs por justificar mi manìa, pero no lo creo así, comparè las texturas de ambas, la frazada marrón esgruesa y suave, el poncho es compacto y àspero y fino, y me pareciò que el cambio correspondìa funcionalmente. Eventualemtne el poncho, podìa picarme a travès de la sàbana, y en cambio la frazada marrón no me picarìa. Y el poncho, al ser más duro y compacto, y de lana, hacía mejor las veces de una cobertura que impediría que las corrientes de aire provenientes de la ventana vinieran a erizarme los pelitos y cortar la simpàtica relaciòn de calor entre mi piel y las frazadas .. La lana se sabe, es uno de los mejores aislantes. De hecho, puede quemarse, pero jamàs se prende fuego... O sea que el poncho cumplìa la funciòn no sólo de abrigar sino de protegerme por comlpeto de las maldades potenciales del ambiente, incluyendo un improbable pero no por eso imposible incendio.
Al rato me dormí.
Me despertè sintiendo olor a hamburguesa. Peligrosamente, derivè diez minutos el desprtador, de manera que a las seis y veinte puse el pie en la tierra y ya estaba bastante jugada para llegar puntual a la clase de las siete, y ademàs, de pèsimo humor, despeinada, con el traje arrugado y con olor a hamburguesas, sin encontrar mi ropa interior deportiva y para colmo, mirando hacia atràs, contemplaba el sofà con mis cobertores en completo desorden.
Evidentemente decidí tomar el planchado del karategui como un momento de relax, que me hacìa bastante falta, porque cuando terminè de plancharlo ya eran las siete menos diez o sea llegaba muy pero muy tarde a la clase. Y para colmo mi bicicleta sin frenos porque a todos los bicicleteros se les ocurrió que febrero es el mejor momento para dejarme a pie.
Me fui dejando el sofà en desorden. Al llegar a la clase el olor a hamburguesa de mi karategui casi me hace perder la cordura y por enèsima vez recordè que me hace falta comprar un nuevo karategui porque los dos que tengo se achicaron, se pusieron amarillos, tienen olor y los elàsticos del pantalòn estàn gastados, ademàs de que son de tela muy fina y no le favorecen a mi figura.
Esta mañana me despertè, me puse una bata azul con un bordado de motivos japoneses y me recostè en el sofà a leer, acompañada por la mùsica de la guitarra de Doctor M .
Recostada en el sofà no podìa dejar de notar que mi bata de color azul intenso hacìa un composè perfecto con el poncho azul. No sòlo eso. Que el sofà tiene en el respaldo una piel de zorro que es del mismo color que mi pelo. O sea que mi imagen descansando en el sofá debe haber sido de película. Y lo que leía me gustab mucho.
De pronto vi una hormiguita trajinando mal entre los pelos de la piel de zorro , avanzaba con demasiado esfuerzo porque debìa caminar por cada pelito cada vez. Comprendì que las hormigas no ven como nosotros, ya que en determinado punto ella no se daba cuenta de que habìa llegado a un precipicio y querìa seguir caminando, y la mitad de su cuerpo quedaba suspendido en el aire y buscaba con sus patitas delanteras donde apoyarse, hasta que no le quedaba otra alternativa que dar marcha atràs y buscar un pelo diferente por donde continuar su camino. Cuando fue obvio que la hormiga estaba en problemas decidì darle una mano y con un cachetazo la hice caer hasta el sofà, donde podrìa moverse mucho màs còmodamente. Cayò, còmo no, arriba del poncho, que ofrece una superficie ventajosa para que cualquier inseccto se desplace y pueda lucir sus hermosos colores allì.
Aprovechando para descansar de mi lectura, me quedè mirando la piel de zorro, y vi algunas canas que se destacaban, y al ver còmo brillan los pelos superficiale pensè que el ùnico tèmino de comparaciòn posible era el firmamento nocturno, o tal vez el reflejo de la luna en el agua o los ojos de un ser humano o de un mamìfero -ya que las aves y reptiles me disculpen, pero tienen ojos muy opacos-. Paso la mano por la piel de zorro no solo porque es suave sino porque me parece muy tierna la pelusa que se esconde atràs de los pelos duros y brillantes. Luego, sin querer queriendo por simple aburrimiento me levanto a desayunar y vengo a la computadora. Descubro que en el escritorio hace frìo y que claro, debo envolverme con el poncho. Saco el poncho del sofà y recuerdo que si no lo hubiera cambiado de lugar, hubiera sido mucho màs complicada esta operaciòn. Primero deberìa haber sacado la frazada marròny luego el poncho, y el sofà hubiera querdado en completo desorden. Cuando me canse de estar en la computadora y vuelva al sofà, el poncho volverà ràpidamente a su funciòn de cobertor.
El nudo de la bata complica un poco engancharme el poncho, en la cintura. Por eso subo el poncho un poco màs arriba de la cintura, y al pasar por el espejo caigo en la cuenta de que mi bata azul y el poncho azul forman la imagen del kimono más elegante, íntimo y personal que he visto en toda mi vida.