un día discontinuado

A las ocho me llamó Aldo para decirme que esperaría que dejara de llover.
A las nueve me llamó diciendo que no pararía de llover, y que en una hora estaría acá.
A las nueve cuarenta y cinco llegó Aldo a arreglar el calefón.
Tomamos mate y marché una torta de banana para llevar a lo de Paz.
Y en un rato después de bañarme iré a almorzar a lo de Beatriz.

Holy... si me tocar irme a vivir por un año a París con esta lluvia, sentiría mucha melancolía...
El día parece un día de película. No hay nadie en la calle y lueve todo el día. Solo las brujas andan por ahí
con botas de goma, impermeables negros y canastas llenas de pócimas secretas.

El problema que debo enfrentar, y que un doctor de los que curan con plantas podría auydarme a resolver -un homeópata- es que cada segundo, minuto, día y año, me gusta menos el agua.
¿Cómo puedo vivir una vida que no sea muy sucia pero sin agua? Parece imposible...
Y cada día me gusta menos.
Cuando tenga que bañar a mi hijo ya decidí que lo bañe Martín, porque parece que a los babies les gusta el agua.

Es en serio... hay razones. No me gusta bañarme porque después me pica todo.
Sospecho que me pica porque me bañé con agua demasiado caliente.
Pero la verdad, si no fuera tan caliente, no lo soportaría, porque lo que me molesta es su temperatura fría.

Soy termosensible. Me gusta que las frutas y las bebidas estén a temperatura natural. Me disgusta la fruta fría. Y lo que más me disgusta es el agua que se le sale a las cosa que estuvieron en la heladera... esas gotitas que ruedan por las manzanas y las coca colas de la publicidad.
Me gusta ir por la vereda del sol y sentir el calor del sol.
Dormir con la bolsa de agua caliente. Capaz si fuera un animal, sería una víboras o una lagartijas, que les gusta el desierto y el calor y nunca están de pie siempre acostadas. Esa es una linda vida.